En la serie RGB, el rojo emerge como una frecuencia de larga longitud de onda que activa los conos L —fotorreceptores especializados en detectar estímulos entre los 564 y 580 nm—. Esta sensibilidad a lo profundo del espectro genera una respuesta inmediata, visceral. El rojo, ancestralmente ligado al peligro, la pasión y la divinidad, activa zonas cerebrales asociadas al impulso y la alerta.
En estas piezas, la vibración cromática no es solo visual, es psicológica: el rojo no se observa, se percute. Las formas se sostienen en tensión, y el ojo, saturado por la intensidad, entra en una resonancia primitiva. Ver rojo es estar al borde: de la emoción, del cuerpo, del umbral entre lo físico y lo simbólico.
