Estas composiciones acromáticas se estructuran a partir de frecuencias visuales que no presentan color, pero sí vibración.
El alto contraste entre blanco y negro, sublimado sobre metacrilato, produce una deformación perceptiva sostenida en el ojo del espectador. Derivadas del estudio de los fosfenos —esas formas que emergen en la retina sin estímulo externo—, estas piezas funcionan como yantras visuales: portales de contemplación que no se activan con el sonido, sino con la visión. La imagen vibra, se distorsiona, y en ese desplazamiento perceptual aparece lo inefable: una frecuencia que se percibe sin escucharse, un eco visual que desarma la certeza del ojo. Allí, donde la retina tiembla, el alma recuerda que también ve con lo que no entiende.

